Reflexión sobre dos miradas del mar en el siglo XIX — entre lo espiritual y lo material — escrita en el contexto del Diplomado en Historia del Arte de la PUCV.
El presente trabajo analiza comparativamente Monje junto al mar (1808–1810) de Caspar David Friedrich y La orilla del mar en Palavas (1854) de Gustave Courbet, explorando la relación del ser humano con la naturaleza desde el Romanticismo y el Realismo. Se emplea el método iconológico de Erwin Panofsky, complementado con un enfoque libre de interpretación que integra aspectos formales, simbólicos y filosóficos.
La pintura de Friedrich muestra un amplio paisaje marino visto desde tierra firme, donde un monje solitario contempla la inmensidad del mar bajo un cielo gris y vasto. En contraste, Courbet representa un paisaje costero a plena luz, donde un hombre saluda al mar desde unas rocas. Ambas obras centran la mirada en la relación entre el hombre y la naturaleza, pero desde sensibilidades distintas: la introspección romántica frente a la observación realista.
En Friedrich, el monje encarna la experiencia espiritual del individuo ante lo absoluto, donde el paisaje es símbolo de lo divino. En Courbet, en cambio, el gesto del hombre frente al mar es una afirmación de la experiencia concreta y material. Lo sublime romántico cede su lugar a la inmediatez empírica: el arte deja de buscar lo eterno para representar lo visible, lo presente.
Ambas obras reflejan el tránsito del pensamiento europeo del siglo XIX: del idealismo espiritual al realismo materialista. Friedrich convierte el paisaje en metáfora del alma; Courbet, en evidencia de la materia. El primero expresa una espiritualidad del sentimiento; el segundo, una conciencia del cuerpo y de lo tangible. En conjunto, revelan la tensión entre fe y empirismo, entre lo trascendente y lo inmanente que marcará la modernidad estética.
Friedrich y Courbet representan dos modos de mirar el mundo: uno que busca lo eterno en la naturaleza y otro que encuentra en ella la experiencia inmediata de existir. Entre ambos se despliega la transformación del arte del siglo XIX: de la contemplación espiritual a la afirmación del presente. Así, el arte se convierte en un espejo del pensamiento moderno, oscilando entre el anhelo de lo absoluto y la aceptación de lo real.