Reflexión sobre la tensión entre la herencia europea y la resistencia visual en el arte de América Latina. Ensayo 001.
¿Existe un arte latinoamericano? Más que una etiqueta fija o un estilo reconocible, lo que emerge es un campo en disputa. Este ensayo sostiene que sí hay un arte latinoamericano, no como un estilo fijo, sino como una fricción persistente: entre lo heredado y lo impuesto, entre el aprendizaje europeo y las formas —conscientes o no— en que los artistas del continente han reproducido, desviado o transformado ese legado. Más que una identidad cerrada, lo latinoamericano aparece como un terreno de disputa simbólica con los cánones del arte europeo.
Las obras de José Gil de Castro y Sandra Gamarra, separadas por dos siglos, permiten trazar esa línea de tensión. Gil de Castro, desde el lenguaje neoclásico, eleva a figuras populares al lugar de los próceres; Gamarra, desde la ironía conceptual, desmonta las imágenes solemnes de la historia oficial. Ambos comparten una operación común: visten los trajes del arte europeo, pero los alteran desde dentro.
El arte latinoamericano surge históricamente como un apéndice del arte europeo. Durante la colonia, el modelo visual impuesto desde Europa no solo regulaba la técnica, sino también el contenido, los temas y los símbolos. Esta dependencia continuó, con variaciones, durante los procesos de independencia. Sin embargo, la adopción de estos códigos no fue simplemente sumisión: artistas locales comenzaron a utilizarlos como herramientas para afirmarse y, eventualmente, subvertirlos. Es en este punto donde aparece el germen de lo latinoamericano: en la apropiación parcial y en la fisura.
José Gil de Castro, afrodescendiente y activo durante las guerras de independencia sudamericana, representa este tránsito entre la imitación y la producción de nuevos sentidos. Su Retrato de José Olaya (1828) responde claramente al canon europeo del retrato oficial: figura central, cuerpo erguido, simetría, atributos de virtud. Sin embargo, el personaje retratado no es un general ni un criollo ilustrado, sino un pescador mártir de origen humilde, convertido en héroe nacional. Este gesto es crucial: al aplicar los códigos del poder sobre un sujeto popular y racializado, Gil de Castro subvierte parcialmente el lenguaje heredado.
Sandra Gamarra, por su parte, trabaja desde el reverso de la historia. En su serie Buen Gobierno, retoma imágenes fundacionales del imaginario republicano —como La proclamación de la independencia del Perú (Juan Lepiani, 1903)— y las reinterpreta con una mirada crítica y desconstructiva. En su versión, el color desaparece: la escena se reduce a un rojo monocromo que despoja al relato de su solemnidad heroica. Las figuras militares permanecen rígidas, envueltas en bordados dorados que rozan la parodia. La escena, antes épica, se vacía de aura: lo que queda es una coreografía hueca del poder.
Como afirma Mosquera (2003), “el arte latinoamericano ha dejado de serlo, y ha devenido más bien arte desde América Latina”. La tensión entre herencia visual europea y resistencia local no es exclusiva de Gil de Castro ni de Sandra Gamarra. Felipe Guaman Poma de Ayala, Cándido López, Oswaldo Guayasamín y Belkis Ayón también dialogan desde sus obras con esta tensión fundante. Todos visten los códigos heredados del arte occidental, pero los doblan, los vacían, los quiebran. Lo latinoamericano no se define por una estética fija, sino por una actitud: tensionar el lenguaje del poder desde dentro.
El arte latinoamericano no es una esencia ni una etiqueta estética. Es una práctica situada, una respuesta a contextos históricos atravesados por la violencia colonial y la búsqueda de autonomía simbólica. Las obras de José Gil de Castro y Sandra Gamarra, separadas por dos siglos, muestran que este arte existe allí donde el poder se representa —y se interroga.